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© Gissela Echeverría. Todos los derechos reservados.

La Ira que Llora

Cuando existe una alta sensibilidad y se llora por cualquier cosa, el llanto no viene de la nada.
admin
09 Febrero 2024

«Cuando existe una alta sensibilidad y se llora por cualquier cosa, el llanto no viene de la nada. Suelen haber razones profundas, que por distinto motivos se ha preferido guardar en el baúl del olvido, y aunque conscientemente se haga el esfuerzo de no recordar e incluso se haya decidido no mencionarlo jamás, la emoción o el sentimiento que acompañaron a la experiencia siguen vivos, latentes, esperando ser expresados…»

¿Han visto, conocen o son de aquellas personas que se denominan “sensibles”?

Según la RAE, «SENSIBLE» viene del latín sensibilis, ‘perceptible por los sentidos’, y se deriva de sentire ‘sentir’.

Se usa para referirse a la capacidad de emocionarse ante la belleza, el arte, la naturaleza o los sentimientos como el amor, la compasión y la ternura. También para decir que uno se emociona con facilidad, o se conmueve ante el sufrimiento y el dolor ajeno.  Las historias o escenas de una madre sola con sus hijos, un niño en la calle vendiendo chicles, un perrito perdido deambulando sin rumbo, un anciano solitario, pueden ponernos sensibles.

Pero también se puede usar el término para expresar el dolor que nos producen ciertas situaciones en las que estamos inmersos de forma directa. Una conversación acalorada, el malgenio de la pareja o la respuesta descomedida de un hijo. Quizás el comentario insidioso de alguien que nos sorprende por su dureza o incluso la bajeza de sus palabras, o el silencio de ultratumba como respuesta a nuestra iniciativa de conversar de algo que consideramos importante.  Experimentamos dolor, vienen ganas de llorar, no alcanzamos a contener las lágrimas y estas ruedan veloces, o se nos hace un nudo en la garganta con el llanto que nos esforzamos en contener para que no nos crean débiles.

Con mucha frecuencia escucho esta expresión: “soy muy sensible, lloro por cualquier cosa y sin motivo aparente…”

Cuando existe una alta sensibilidad y se llora por cualquier cosa, el llanto no viene de la nada.  Suelen haber razones profundas, que por distinto motivos se ha preferido guardar en el baúl del olvido, y aunque conscientemente se haga el esfuerzo de no recordar e incluso se haya decidido no mencionarlo jamás, la emoción o el sentimiento que acompañaron a la experiencia siguen vivos, latentes, esperando ser expresados. Un antiguo amor que se fue sin decir ni pío; algo que uno quiso decir en un momento para responder una ofensa y no pudo, haber trabajado con empeño en algo que se creyó provechoso y al final no funcionó, la traición de un gran amigo, o el maltrato y la descalificación cotidiana por parte de un jefe/a que amenaza con echarnos del trabajo.

Situaciones como estas producen dolor, frustración, enojo, impotencia, rabia, indignación, deseo de vengarse, resentimiento, rencor, odio, etc. Y aunque se trata de emociones nada felices, son naturales, humanas, que surgen invariablemente cuando uno es víctima de una injusticia. Estas emociones son hijas de la IRA. Una emoción muy desprestigiada porque se ve como la raíz de la violencia y según la iglesia católica es uno de los 7 pecados capitales; adicionalmente, todos hemos sentido miedo, malestar y angustia ante la expresión de alguien colérico y para no actuar de la misma forma, para no quedar mal, para evitar problemas, o porque creemos que ser “buena persona” o muy evolucionado es sinónimo de aguantar, callar, perdonar y tratar olvidar pronto las ofensas, uno se obliga a callar lo que siente y se queda con esa energía adentro. Pero la ira inconfesada, se convierte en una especie de veneno que contamina nuestro ser. Y como de alguna manera tiene que salir, se expresa de muchas maneras: irritabilidad,  malas caras,  rostros fruncidos,  ojos incendiados,  respuestas defensivas,  sarcasmo,   burla, ofensas disfrazadas de chiste, llanto incontenible. Y un largo etcétera de otras manifestaciones.

Las personas que guardan ira, frustración y resentimiento: se amargan. Y, aunque es común y fácil reconocer alguien enojado, en consulta veo –permanentemente- que quienes tienen ira guardada muchas veces son aquellas personas que lloran por cualquier cosa, sin motivo aparente, las más “sensibles”.

En el fondo del corazón se les ha quedado las ganas de gritarle sus cuatro verdades al insensible amor que se fue sin decir adiós, de reclamarle a esa mamá que prefería estar horas con sus amigas en lugar de jugar con él/ella; de defenderse por la injusticia de la humillación experimentada ante un grito destemplado o un insulto; de mandarle al diablo sin miedo a quien traicionó la confianza con la infidelidad. Se han guardado las ganas de decir “¡te odio por lo que hiciste!” ò “¡¿cómo pudiste haber sido tan cruel?!. Se han guardado el impulso de llorar desconsoladamente, reclamando a gritos a quien los ha ofendido.

Muchas veces, la persona que nos ofendió ya ni siquiera se encuentra viva o a nuestro alcance para que escuche lo que tendríamos que decir, pero si tengo llanto fácil y con frecuencia me encuentro irritable o molesto, sirve el ejercicio de preguntarse:

¿Qué es realmente lo que me tiene tan enojado/a?

¿Desde cuándo noto este malestar en mí?

¿Con quién es realmente mi enojo, rabia, resentimiento, etc.?

Una vez identificada la situación, es necesario deshacerse de esa emoción. Buscar un espacio a solas, imaginando que está frente a nosotros la persona a la que le vamos a hacer el reclamo y que nos va a escuchar sin replicar en absoluto. Entonces podemos empezar a decir lo que nos plazca, sin temor de nada y sin juzgarnos. Tanto tiempo como sea necesario, y se vale llorar, gritar, incluso insultar, hasta que se experimente un alivio verdadero.

Hagan la prueba.  No se permitan pasar un minuto más atascados en el pasado y en el peso de la ira que llora.